RESET MUNDIAL MAGAZINE

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Ecos de una bofetada que llegó a Israel.

 España, tierra de pasiones y contradicciones, ha vuelto a superarse en la última edición de Eurovisión, ese festival donde la geopolítica y la música se dan la mano para bailar una sardana sobre el sentido común. Este año, la representante nacional, Melody, se ha llevado a casa un glorioso puesto 24, que es como quedar tercero en una carrera de dos: una tradición patria tan arraigada como la siesta o el bocadillo de calamares.




Pero lo verdaderamente español, lo que haría palidecer de envidia a Quevedo, ha sido la secuencia de acontecimientos previos al concurso. RTVE, en un alarde de neutralidad diplomática digno de los Tercios de Flandes, decidió lanzar un mensaje en favor de Gaza segundos antes del inicio del festival, desafiando abiertamente las normas de la Unión Europea de Radiodifusión (UER), que había advertido de posibles sanciones por mezclar Eurovisión con política internacional. Porque, como todo el mundo sabe, la mejor forma de pedir paz es con un tuit institucional justo antes de que empiece la música.

La UER, que tiene menos cintura que una estatua de Franco, amenazó con multar a RTVE si reincidía en la osadía de mencionar la palabra “Gaza” entre canción y canción. Pero RTVE, fiel a su espíritu quijotesco, defendió el derecho a la libertad de expresión y la causa de los pueblos oprimidos, aunque luego la audiencia española hiciera exactamente lo contrario en el televoto.

Y aquí llega el giro argumental que ni Galdós: a pesar de la campaña institucional por la paz en Palestina, el público español, en un ejercicio de coherencia marca España, otorgó sus 12 puntos a Israel por segundo año consecutivo. Ni Ucrania, ni Francia, ni la mismísima Melody lograron tal proeza. Israel, con su representante Yuval Raphael -superviviente de los ataques de Hamás y protagonista de la polémica-, fue catapultada por el televoto hispano mientras en la calle se sucedían manifestaciones y abucheos contra su participación.

El jurado profesional, que para algo es profesional, prefirió mirar a otro lado y dejó a Israel sin apoyos, mientras que el público, ese ente imprevisible que un día te llena la Puerta del Sol y al siguiente te deja solo en Eurovisión, volvió a demostrar que en España la coherencia es un arte menor y la ironía, un deporte nacional.

Así, mientras RTVE se jugaba la multa por defender la causa palestina en horario de máxima audiencia, la audiencia española votaba a Israel con fervor eurovisivo. Melody, por su parte, quedó en el puesto 24, que es como decir “gracias por participar”. Y Europa, una vez más, se quedó preguntándose si lo nuestro es surrealismo, picaresca o simplemente ganas de llevar la contraria.

En resumen, España: donde la televisión pública desafía a Europa, el público desafía a la televisión pública, y todos juntos desafían a la lógica. Y así, año tras año, seguimos siendo los reyes del plot twist eurovisivo.